15.12.06

Sound and vision


Siempre fui un alucinado. Las voces han sido y son presencias de pasado y futuro, el presente es su báculo. La afección infantil más frecuente era la digresión, el perplejismo ante el absurdo de que las cosas fueran en orden hacia su propio calvario, los versos silbados por las persianas: un yo futuro que me prohibiese comidas, o el niño de nombre exacto al mío con el que, siameses, bautizábamos hormigas en las guarderías, en orden estricto de aplastamiento. A menudo también era en la música donde se escondían los enigmas de esos desvelos aniñados; en los filos nudos del sonido y la armonía palpitaban agazapadas las voces de la visión. Curioso que fueran voces.

Las imágenes, evidentemente, eran algo implícito en ese impulso sonoro. Vertían vino espumoso de copas alzadas por personas que, tan sólo por medio de retazos, he llegado a creer conocer como a mi homónimo baptista. Eso si es que a alguno de esos a quienes creemos conocer en realidad les conocemos, comprobadlo con un espejo. Es tal vez ese el problema, el alucinar. Dejar un reguero seco de ideas cadavéricas. Las palabras se quedan cojas, como es costumbre en ellas y en nuestras bocas.

1 comment:

Anonymous said...

adios mamá... las voces te dirán que eres un campeón de la ironía. Escúchalas mejor